sábado, 8 de diciembre de 2007

La poesía despierta

(Presentación del libro de Ernesto Allende, 13 de Julio de 2007, en el Concejo Deliberante de Rada Tilly)

“El sueño de los que están despiertos es la esperanza”, decía Carlomagno. Y esta esperanza en la vigilia de los que aquí estamos alimenta la fuerza de la palabra poesía.
Toda aparición de un libro debe tornarse una fiesta, una celebración y como tal disfrutarse. Es una muestra de la resistencia que los hacedores - casi en silencio – llevan adelante cotidianamente, despiertos. Se levanta entonces una bandera de esperanza para los que siguen haciendo y nos alimenta en la lucha.
No hace mucho tiempo me preguntaban sobre la utilidad de la poesía en el tercer milenio. La pregunta lleva en sí misma una propuesta de revisión de la palabra servir por un lado, y por el otro obliga a pensar en el por qué escribir y leer poesía en este comienzo de siglo. Y también el por qué hacerlo antes, en el siglo pasado o en los anteriores.
Es seguramente posible pensar inmediatamente en las posiciones que se adoptan respecto de lo que llamamos cultura oficial y la independiente, en movimientos que tienen que ver con el apoyo, financiamiento y propulsión que la una – a veces en forma obscena – ostenta respecto de la otra, y como el underground resiste y genera canales alternativos, se sirve de formas y medios no convencionales para seguir con vida. Aunque no lo parezca la cultura oficial sirve a un discurso y a políticas ciertas y definidas. Digo aunque no lo parezca porque suelen extrañarse las explicaciones y los programas y el planeamiento en cuanto a lo que se refiere a políticas culturales que debieran estar claramente descriptas en cualquier plan de gobierno que se precie de tal, y sin embargo rara vez se dan a conocer, y cuando se exponen al público en general no se trata de otra cosa que no sea un detallado inventario de obras públicas.
La política cultural subyace y continúa siendo la misma desde hace varias décadas aún cuando los gobiernos cambien y las distintas ideologías – o debiera decir discursos – han ejercido el poder con exacto balance final, una vez concluidos sus respectivos mandatos: escaso presupuesto, un 80 % del mismo resulta aplicado al pago de sueldos del personal – rara vez capacitado -, y el 20 % restante sirve para la gestión de infraestructura para la presentación de los artistas que son afines al gobierno. No se procura el desarrollo de ningún tipo de arte, no se sabe quienes son los hacedores, los beneficiarios son siempre los mismos y se sabe que, cual si fuera un archipiélago, las islas difícilmente se conecten entre si para formar un bloque que permita exigir mejoras en este estado de situación. No pueden los poetas, los escritores, los artistas plásticos, los fotógrafos, los músicos, los artesanos, hacer un piquete, declararse en rebeldía, hacer un paro y no crear nada mas hasta tanto las condiciones mejoren.
A la poesía “no se le importa un pito” todo esto, aunque sí a los poetas.
Servir es trabajar para alguien, y hay poetas que sirven y otros que no a los fines de la cultura oficial, de la continuidad de la situación mísera y degradante en la que se hace arte en nuestra Argentina.
Servir es valer, ser útil para determinado fin – el valor de la poesía, su utilidad y esta ¿en qué sentido? ¿para qué es útil? Un destornillador es útil, pero si tengo que quitar un clavo de una tabla, seguramente me va a resultar inútil -. Servir también es poner la pelota en juego, y es quizás dable pensar en esta última definición. “El juego en que andamos”, dice bien Juan Gelman. Esta posibilidad de “andar en juego”, de servir la palabra para su devolución y que ese ida y vuelta permita el juego, para ganar claro, aún cuando no esté bien definido quien vence y en todo caso, ¿a quién le importa?
También pensaba en aquello que Roland Barthes sentenciaba a modo de definición, de descripción y quizás de sino: los escritores eternamente estarán tratando de responder a dos preguntas claves: ¿Por qué te amo? ¿Por qué le tengo miedo a la muerte?
Y entonces si estos fueran los definitivos temas y no hubiera nada mas sobre lo que escribir, o mejor dicho, si todos los temas condujeran a responder estas dos inquisiciones, si todas las palabras conformaran las flechas, el arco, el blanco e incluso la tensión de la cuerda y la decisión tras haber apuntado para responder aquellas preguntas barthesianas, no podemos dejar de pensar en que claramente aquello de servir en este siglo, en el anterior y en cada uno de los milenios que nos precedieron se responde solito y sin mas ayuda.
Creo firmemente que la poesía está más cerca de la filosofía y, dentro de esta, de la ontología que de la literatura, en un sitial de fundamental importancia a la hora de indagar – sobre todo – en la segunda de aquellas preguntas de Barthes.
Y entonces, a la pregunta inicial, debemos decir que sí, que hasta tanto no tengamos las respuestas estamos obligados a seguir buscándolas, y de qué mejor manera que hacerlo a través de cada una de las poéticas que nos habitan y nos habitarán, conformando la propia. La mejor manera de servir a estos fines humanos de indudable trascendencia, es a través de la poesía. En ese juego andamos aquellos que vivimos con la esperanza, los que soñamos despiertos, mientras el mundo parece intentar que el ser humano deje de serlo, cambie su condición para deshumanizarse y simplemente estar.
En la presentación del libro de Nilda Barba “¿Por qué me gusta tanto?”, poeta porteña que fuera también editada por Vela al Viento, otra poeta, Carina Paz, que acompañaba a la autora, traía una anécdota que me pareció debía compartir con ustedes hoy.
Contaba Carina que cierta vez en una cena entre amigos y en su casa, le preguntaron a un tan olvidado como excelente poeta, Joaquín Giannuzzi, qué era la poesía.
Gianuzzi observó que en el centro de la mesa había un arreglo floral. Tomó una rosa de allí y se la acercó a quien hacía la pregunta y le respondió con otra pregunta. Le dijo: ¿te gusta?. El inquisidor respondió “si, claro”. Gianuzzi volvió a preguntar, “¿por qué te gusta?”. El otro respondió “porque tiene un color rojo hermoso y su aroma es increíble y…” Gianuzzi lo interrumpió y le dijo: “no, no te pedí que me la describas sino que me dijeras por qué te gusta la rosa”. El otro dijo: “no, no sé”. Gianuzzi sonrió, volvió a hacerse hacia atrás en su silla y le dijo: “eso es poesía”.
Muchas gracias Ernesto, por confiar en Bogavante para la edición de Sueños y Recuerdos, muchas gracias a todos por acompañar esta presentación, y a los organizadores de este acto por la atención y disposición del personal municipal de la Biblioteca Asencio Abeijón en la persona de Ismaela López. Nuevamente muchas gracias.

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